“Somos amigas desde muy chicas” o “ella es una amiga nueva” son frases que escuchamos a menudo. Los amigos son los hermanos de la vida, los que elegimos para compartir y que acompañen nuestro trayecto, los que nos hacen sentir que no estamos solos, ya sea con su presencia o con sólo recordarlos y saber que están allí. Existen los incondicionales, otros a quienes acudimos por un tema particular, y los divertidos e ideales para el disfrute… Pero hay algunos que lo tienen todo, con quienes compartimos las cosas más íntimas y logramos identificarnos cuando nadie más que ellos nos entienden. Me refiero a esos, con los que empezamos la amistad desde la infancia; una amistad que no permanece igual en todas las etapas de la vida y que, cuando suceden estos cambios, puede resultar muy doloroso.

Es el caso de Paula, a la que cambiaron de colegio en el segundo grado de la primaria. Ese día ella lo tiene muy presente: era mayo y las clases habían comenzado hacía dos meses. La directora la acompañó hasta su aula y le presentó a su dulce y amorosa nueva maestra. Apenas comenzó el recreo, Mónica, una compañerita muy simpática, se acercó a ella y le dijo: “Vamos a ser amigas”. Y así fue. La puso al tanto de las costumbres del colegio y fue una pieza clave para la integración rápida de Paulita con las demás nenas.

En la etapa de la infancia, los juegos cobran una importancia muy especial, generan el surgimiento de la creatividad y del mundo imaginario de cada uno. Por eso, los recreos se convertían en una fiesta en la que las figuritas con brillantitos, canciones y rondas eran los invitados. Paula y Mónica los disfrutaban a pleno, como a los secretos que compartían.

Pasaron la etapa de la infancia e iniciaron la adolescencia, donde la amistad se basa en la comprensión que se construye entre los pares. La lealtad es considerada la virtud más valiosa, ya que el amigo será aquel a quien se le pueda contar todo y guardará la confidencialidad. Los relatos de los amores imposibles estaban a la orden del día. Por ejemplo, en tercer año, apenas entró a clase, Paula vio a Mónica sin pestañas: ¡se las había cortado por una promesa de amor! Afortunadamente le crecieron, pero las compañeras quedaron impresionadas al verla.

En cuarto año fue la primera separación. Mónica se cambió a un colegio comercial, mientras que Paula continuó sus estudios en el magisterio. Dejaron de verse en forma diaria aunque seguían ligadas por largas conversaciones telefónicas. La elección conjunta de la carrera de abogacía les marcó un nuevo encuentro importante. Compartieron el ingreso a la Facultad y cuatro materias. Paula se casó muy jovencita y al quedar embarazada abandonó los estudios. Mónica, en cambio, concretó su deseo de terminar la carrera.

Paula era la menor de tres hermanos, por encima de ella estaban Joaquín y Sebastián. Sabemos que es un clásico enamorarse del hermano de las amigas y Mónica no fue la excepción. Su noviazgo con Sebastián duró varios años en los cuales las dos amigas –entonces seudo cuñadas- disfrutaban de la cercanía. Pero, el diablo metió la pata y la infidelidad rompió lo que habían construido. Todo cambió. A Mónica le fue imposible separar el problema de su amistad con Paula y lo que parecía imposible sucedió. No se hablaron más. Fue sumamente doloroso para ambas. Paula estaba involucrada en un conflicto de lealtades; por un lado, su hermano y por el otro, su amiga querida de la infancia.

Las heridas fueron cicatrizando y, años después y por pura casualidad, las dos amigas volvieron a encontrarse. Café mediante hablaron de lo ocurrido. Era difícil olvidar la historia en común que las unió. Había existido un cariño profundo que no volvería a ser el mismo. Ellas tampoco eran las mismas.

Tal vez Paula y Mónica reanuden la amistad abandonada, tal vez no lo consigan. Lo cierto es que la amistad construida en la infancia nos proporciona una familiaridad con el amigo a veces más fuerte que los lazos de sangre.

Lic. Alicia Bittón
Psicóloga Clínica
Terapeuta familiar y de pareja
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