Estoy en una playa; hay varias parejas en sombrillas cercanas, algunas con chicos, otras no. Al observarlas, imagino cómo es su relación. Veo cómo se tratan, sus gestos, sus actitudes. Me pregunto hace cuántos años estarán juntos. Y fantaseo: supongamos quince, quizá dieciocho. A algunos se los ve felices, charlan, sonríen. No sucede lo mismo con los de la sombrilla de enfrente: ellos están mirando sus celulares y cuando uno le pregunta algo al otro, la respuesta gestual es de indiferencia y, por momentos, de irritación.
Los que están en diagonal a mi, tienen dos chicos. Apenas llegaron, la mamá les puso el protector y salieron corriendo para la orilla. Luego fue el turno del padre. Ella lo ayuda con el bronceador. Lo hace despacio, con cuidado, con caricias. Él se lo retribuye, también la cuida, y, muy detallista, le pone crema en la espalda y los hombros. Luego va a supervisar a los chicos mientras la mamá aprovecha hasta el último rayito de sol.
Observo otra pareja, aparentan estar enojados, discuten, de vez en cuando levantan la voz. La pelea termina cuando él se va de la playa y ella se queda llorando.
Veo otros que ni se miran ni se hablan: el caso típico de la soledad dentro de la pareja.
Estas situaciones de gente desconocida para mi, me sirven de disparador para reflexionar sobre las relaciones de pareja.
Cuantas veces en una sesión escuché: “Nunca me dice te amo”. Es una frase que la ha dicho tanto él como ella. La persona tiene la expectativa que su compañero/a se lo exprese. Pone en ese enunciado una carga emotiva especial. ¿Qué es lo que piensa? Si no se lo dice ¿es porque no lo/la quiere?¿Acaso eso es lo más importante en una relación? Podemos declarar a los cuatro vientos nuestro amor y quizá no cuidamos a nuestra pareja. El amor es pensar en el otro, tener acciones cariñosas en la vida cotidiana y un trato amable. Preparar una comida que al otro/a le guste, comprarle su chocolate preferido. Proponer y tener ganas desde el corazón, de compartir diferentes actividades. De todas formas, las actitudes y palabras tiernas son una lindísima música que a todos nos gusta escuchar.
Creo que lo fundamental es tener un “encuentro”, una conexión, algo que va más allá del “vos y yo”. Es una construcción que hace la pareja, es algo de a dos. Implica intimidad. Esta intimidad va cambiando con el tiempo. Al principio, en el enamoramiento se nota la pasión, las palpitaciones aumentan apenas se acerca la persona amada, las miradas son cómplices. Sin embargo, con el tiempo, estas sensaciones se debilitan. Y allí es cuando mantener el interés, la capacidad de asombro, los deseos, se convierte en una tarea mutua.
Lo que favorece para lograr bienestar en las relaciones es que cada uno tenga un desarrollo personal. Las parejas simbióticas que dependen absolutamente uno del otro terminan por ser aburridas. Es más interesante encontrarse al final del día y compartir, ya sean alegrías o preocupaciones.
Cuando se toma la decisión de estar juntos, la mayoría de las personas intenta crear acuerdos que las satisfagan. En la práctica y con el tiempo ese contrato de origen no seguirá siendo el mismo, tendrá que ser renovado. No puede ser rígido ya que los miembros de la pareja reflejan cambios personales, y, en consecuencia, ya no son los mismos, ni su relación lo es. Lo que en un principio fue apropiado, quizá ya no lo sea tanto y haya que hacer modificaciones. Estar abierto/a al diálogo es lo que va a ayudar a la solidez del vínculo. Es fundamental saber que uno puede confiar en el otro/a para poder expresarse y ser escuchado.
Sugerencia para reflexionar: ¿valoramos a la otra persona y nos sentimos valorados por ella? Desde mi experiencia en las relaciones de pareja observo que sentirse reconocidos y saber que somos valiosos para el otro nos hace sentir plenos y satisfechos. Eso es lo que alimenta el confort en las relaciones. El “te amo” sólo no alcanza.
Lic. Alicia Bittón
Psicóloga Clínica
Terapeuta familiar y de pareja