Las tortas de casamiento suelen tener como adorno unas estatuitas que representan a los recién casados, simbolizando a la pareja ideal. Ambos son casi de la misma edad, él un poquito más alto que ella. Pero lo ideal es enemigo de lo posible. A menudo vemos parejas con notables diferencias de edad que, en nuestra cultura, son objeto de asombro, curiosidad o crítica.

¿Tiene buen pronóstico una pareja con quince o más años de diferencia? Esta pregunta, de tanto en tanto, surge en mi consultorio. La respuesta no es automática ni válida para todos los casos. Puede resultar bien; puede resultar mal. Lo que sí podemos hacer es analizar los factores que entran en juego en esta temática y ver las fantasías que tienen los miembros de estas parejas.
Imaginemos una cuasi adolescente de veinte años con un adulto joven de cuarenta. Ella todavía está viendo qué hacer con su vida; él, teóricamente a los 40, ya está encaminado. Ella piensa: “Este hombre me deslumbra, lo admiro. Es Superman para mí. Me protege y me gusta cómo me trata”. Él piensa: “Con ella voy a volver a ser chico, me divierto, me encanta mostrar una mujer joven al lado mío. Es chiquilina, pero eso me atrae. Su risa me puede y su informalidad también”.

Ahora bien, saliendo de las fantasías, ¿podrá ella adaptarse a compromisos sociales y obligaciones de mayor responsa-bilidad, cuando no sabe siquiera si va a seguir con la carrera que eligió? ¿Podrá él adaptarse a las chiquilinadas de ella? Generalmente, cuando una joven sale con un señor mayor está buscando una imagen masculina fuerte, alguien con quien pueda sentirse segura; inclusive, alguien que reemplace a la figura de su padre de la infancia. El hombre, en ese caso, busca volver a ser más joven a través de la mujer. Sin embargo, con el tiempo se notará cada vez más la diferencia. Puede que ella cambie para estar a tono, puede que él se adapte a los amigos de ella y adquiera el estilo de los más jóvenes. Pero el riesgo de que la pareja se vaya resquebrajando es creciente.

Pongamos ahora una mujer de cuarenta con un muchacho de veinte. Ella fantasea: “Me encanta mimarlo, es como un bebé para mí. Es fuerte, no se cansa nunca, es más divertido que los de mi edad. Quiero vivir este amor sin que me importe tanto el futuro. ¡La vida hay que vivirla!” Él divaga: “No sé lo que va a durar, pero mientras dure… Esta mujer tiene una conversación que no la tiene ni de lejos una chica de veinte. Además me halaga y me atiende, me recibe con la comida que me gusta, me hace sentir bien”.
Hemos visto, sobre todo en la farándula, mujeres grandes con muchachos jóvenes. Debe ser muy difícil para una mujer tratar de mantener el interés de un jovencito. A veces recurren a cirugías estéticas despiadadas para parecer chicas. No obstante, persisten, porque buscan la satisfacción de sentirse elegidas por un joven. Sin embargo, con el pasar de los años, el hombre joven, ya más seguro de sí mismo frente a las mujeres, puede tender a interesarse por otras, más jovencitas, cuyas actividades tengan más que ver con las de él y que sean más atractivas, sexualmente, que su pareja.

Existe una gran conclusión que parece abarcar todos estos casos: la gran diferencia de edad suele implicar una diferencia en la posición de cada uno frente a la vida; tal diferencia puede no contribuir a la felicidad de la pareja.
Por otra parte, lo que cada uno busca en el otro es lo que no tiene, la satisfacción de sus carencias: necesitan admirar al otro para poder enamorarse, ya sea por su sabiduría y experiencia, ya sea por su vitalidad y frescura.

Ahora bien, existen y han existido parejas exitosas con grandes diferencias de edad. ¿Qué han hecho para conseguirlo? En primer lugar, hablar explícitamente sobre el tema: aceptar las limitaciones que la edad impone a cada uno. En segundo término, permitir que el otro pueda desarrollar las actividades a que su edad lo impulsa, a través de una negociación permanente. Lo importante es que ninguno de los dos se conforme con ser la simple sombra del otro.

Lic. Alicia Bittón
Psicóloga Clínica
Terapeuta familiar y de pareja
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